Cuba

Nunca he estado en Cuba. No sé si deseo ir a Cuba alguna vez pues todo lo que puedo pensar acerca de la isla se relaciona con la desolación y destrucción con que la dictadura marcó y sigue marcando la vida de millones de cubanos.
Tal vez porque a la mayoría de los que nacimos después del 80 nos parece que crecimos en un país lleno de libertades -no que realmente sea así- nos resultará difícil comprender las privaciones, hostigamiento y persecución que ha sufrido el pueblo cubano por la locura de un hombre.
Nunca he estado en Cuba pero me consta la injusticia de su sistema. Mientras unos pocos se pasan los mejores momentos de la vida disfrutando los privilegios que les da ser extranjeros, los cubanos pasan las peores privaciones, tal vez la peor sea la de la libertad. Supongo que cuando cientos de hombres se hicieron a la lucha detrás de Fidel o del Che, nunca pensaron en lo que iba a terminar todo.
Cada vez que pienso en Cuba pienso en mucha belleza, en hombres y mujeres llenos de alegria y de ganas de vivir la vida que ven pasar aprisionados tras las rejas del mar, en casas derruidas, en una fortaleza blanca y podrida por la sal y el calor, por la amargura llorada por miles, por los que se fueron y por los que se quedaron, por los presos, por los niños, por el sueño que nunca llegó.
Cuando pienso en Cuba pienso en mi amigo Sergio y su papá que tuvo que huir de la isla y esperar tres años para reencontrarse con su familia, pienso en su madre que lloraba cada vez que la tratabán como lo peor por ser la esposa de un desertor, de un traidor de la revolución. Pienso en mi amigo Sergio con su gran sonrisa que me reconforta a pesar del tiempo y todavía lo escucho decirme "Oye chica". Pienso a veces en Luis y en lo veo como en la foto de su graduación en la playa de la Habana muchos meses antes de que yo lo conociera.
Pienso en Cuba y pienso en la esperanza.