jueves, marzo 24, 2005

miércoles Distrito Federal

Yo nací aquí. viví aquí, aunque no me acuerde. Es uno de mis pensamientos mientras me doy cuenta de mi existencia en la ciudad. Mi padre también nació y creció ahí, en una calle paralela a la Calzada Zaragoza donde mi abuela cosntruyó una casa para que vivieran sus 8 hijos, bueno, sólo tres, los que tuvo con mi abuelo, a quien, por cierto, casi nunca veo.
Cada vez que paso paralelamente a esa calle, regresan los pocos recuerdos que tengo de la casa. Es verde y fuera hay un árbol de Hule, mi abuelo vive en el primer piso, en la pared de la sala hay un cuadro de él con mi abuela Mode y al lado un reloj en forma de gato negro. Una escalera en el patio lleva a la azotea desde donde se puede ver poco, la vista no es buena. En el patio hay un pequeño baño cuyo olor a humedad me fascina aún.
El autobús se aleja de la calle y yo de mis recuerdos. Ahora me encuentro apreciando las calles, llenas de coches, de casas viejas, grafiteadas, llenas del amog que se pega en todos lados, calles llenas de gente, de más de viente millones de gente.
Pienso en que al igual que yo, millones venimos de ahí, nacimos y luego nos fuimos, otros llegaron y ahí siguen a pesar de todo.
Cuando siento los tumbos que el asfalto provoca pienso que el suelo que pisamos es artificial, lo rellenaron para expandir la cuidad hace más de 500 años.
Es un hervidero, fascinante, increíble. En el Distrito Federal, Ciudad de México, la Capital, o simplemente México, como nos referimos todos, viven más personas de las que viven en países como Holanda, ni qué decir de los nórdicos.
En México la gente todavia camina por las calles con camisetas de Colosio, se toma un rato para echarse un taco en cualquier esquina y compra tres refrescos por diez pesos.
Cuando estoy ahí tengo sensaciones diversas, a veces me siento parte, a veces me siento turista, a veces me siento extraña.
Lo que más me gusta es el centro, el histórico, lleno de eso, de historia, de energía, de la vida de todos los que alguna vez hemos estado ahí. Me gusta caminar por las calles cercanas, esas con nombres de países como Rebública de Argentina o República de Brasil. En esas calles la gente compra sueños: vestidos de novia, de primera comunión, medallitas de oro, plata o imitación. Ahí a tres cuadras está Santo Domingo, a unas cuantas más está Bellas Artes, Palacio que se hunde poco a poco en el lago. Ahí está el kilómetro 1 del país, la Metropolitana, donde me bautizaron a los pocos meses de nacida, ahí está el Monte de Piedad.
Alguna vez México fueron seis o siete cuadras, lo vi en un mapa antiguo que muetra a la ciudad en el centro del lago, rodeada de agua, dice mi mamá que no hace tanto aún había canales en el centro.
En el centro las calles ha sufrido que ya no haya agua debajo, han sufrido los terremotos, han sufrido los años. Hay calles en las que si te paras al principio se puede ver cómo ondulan, cómo los edificios suben y bajan como montañas rusas, algunas se han separado, algunas se han caído, otras se caerán.
Antes también había jardines y había tranvías. Ahora hay unas cuantas jardineras, bicitaxis, vendedores de amuletos y plomeros que se sientan a un costado de la catedral en espera de que alguien los contrate para una chambita. Frente a ellos los turistas pagan cien pesos por subirse al turibus que los lleva a conocer el centro y Chapultepec.
En el otro costado hay un tianguis moderno, como los que había en la época de los aztecas. Se vende de todo: comida, crema y jabón de concha nacar, ropa y accesorios artesanales, posters, libros, burbujas, ilusión.
Un modesto barandal separa las ruinas del Templo Mayor, una guía le platica a dos turistas la historia de nuestros antepasados.
Yo me siento a ver las ruinas, a ver las cabezas de serpiente que como guardias, siguen al pie de la construcción cuidándola. Me siento al calor del sol de la tarde saliente y pienso en las veces que he estado ahí y de los distinto que luce el lugar siempre. Me pregunto lo que piensan los extranjeros que al igual que yo contemplan equella fantasía que parece salida de algún cuento. Tal vez se maravillen como yo al estar frente a la historia de otros.
Llega el momento de irse y entrar en la estación del metro me despierta. Con miles de personas comparto el espacio escaso, pasillos y andenes. Llega un tren, está repleto, repleto. No baja nadie, nadie puede subir. Un hombre se acerca, empuja y se acomoda con dificultad, las puertas se cierran y hay que esperar al siguiente. Nunca había visto algo así. Del otro lado de las vías veo a un hombre con rasgos orientales y pienso si los chinos tendrán los mismos problemas se transporte al ser tantos, muchos más que nosotros.
alcanzo lugar en el tercer tren. Una, dos, tres estaciones, subo al autobús y me alejo del distrito Federal, vuelvo a mi casa, lejos, más lejos que los 40 kilómetros de distancia que hay en medio.

2 Comments:

Blogger Ireri Herrera said...

Mana, santa, ya regrese. Estoy viva. Nomas que no tengo credito ni acceso a la libertad. Ya cuando regrese al dormi podremos platicar. Quiero a mi DF. No sabes cuanto. Ya en enero, ya en enero partire hacia alla.

10:00 a.m.  
Blogger Morgana Cabrona said...

chale, me acaba usted de provocar un ataque grave de nostalgia chilanga..que ganas de ir..por ahora la chamba me mantiene encerrada en cholulita, mas vacía que nunca.

10:38 p.m.  

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