martes, diciembre 06, 2005

la memoria incompleta

Me doy cuenta que mis títulos son la referencia directa de algo que leí, vi o alguien me dijo. No siempre. En este caso refiere directamente a un libro en francés que tuve que comentar para mi tercer curso en la universidad. Parece que a la profesora no le gustó mucho mi nivel y al final de la evaluación, tras mirar mi 7.6 y solicitar un poco más de calificación, me respondió que ella no ponia 7.5, con lo que entendí que no podría aspirar a más, puesto que seguramente merecía y un 7.4 que ella, con la mejor de las intenciones, había elevado un par de décimas para evitar mi desgracia académica.
En fin. Esto de la memoria es el misterio del ser humano. Es la que se engaña y la que se tiene como aliada.
Una persona común a mi edad (23) recuerda cosas de la primaria o tal vez un poco antes. Me considero afortunada de recordar cosas como el día en que a los dos años estaba en el hospital para que me cosieran la barbilla que acababa de abrirme en un escalón. También recuerdo otras cosas más felices como las casitas que mi papá nos hacía a Pepe y a mi para que pasaramos las tardes en el jardín de cada casa en que vivimos, varias en los primeros ocho años. Recuerdo eso y otras cosas que han marcado, los amigos que se quedaron allá donde la gente habla con la "sh" y también de los que hablan siempre con la "z".
El recuerdo permite regresar al aire de las calles, al calor de los mares y al azul en las manos por la nieve. Ayuda a no morir de la tristeza, pues aunque sea un poquito nos queda y llevamos cada día o cuando hace falta se regresa a ese ayer en un cerrar de ojos.
Las memorias más recientes son las que más hacen daño, las que fueron días felices y que como recuerdo no se igualan, son remaches, composturas que se gastan con el uso.
Para seguir adelante hace falta recordar, porque la vida no se siente, sólo nos damos cuenta cuando miramos hacia atrás.