viernes, febrero 17, 2006

El inicio

Se contaron la vida en un café. Se habían visto el día anterior cuando él la saludó como por compromiso, llevaban dos horas sentados en la misma sala viendo noticias, aviones y rascacielos, la tragedia antecedió al encuentro. Ese día del café pasó por ella, él esperaba su guía y ella confiada en que había coche, ¿ahora que hacemos? Ahora, sabe que a él no le hizo gracia lo del taxi, no era su política gastar en eso ¿esperaría a caso llegar en autobús hasta el centro de la ciudad? La gente que ahí los esperaba no los conocía, si supieran que él y ella tampoco se conocían realmente. Así es que formaron equipo “los que se acaban de conocer” contra “los que no los conocen”. Saludaron a la culpable del desconocimiento, se suponía que otros conocidos estarían ahí, pero al final sólo los que no se conocían entre sí terminaron conociéndose en el taxi. Pidieron dos cafés, uno para cada uno. Él pidió un capuchino, ella un americano, no soportaba la leche caliente ni en mezcla. Debió ser incómodo al principio, algún silencio los arrojó a una charla que se prolongó varias horas. Se terminaron de presentar ahí mismo aunque eran compañeros de clase. La noche era una prueba, tal vez descubría que era un tipo de lo más desagradable, a lo mejor resultaba que no le gustaba tanto, ni siquiera había hablado antes con él, no más que las conversaciones en grupo.
Platicaron de mil cosas, seguro, el recuerdo es vago, lejano. Ella recuerda que él le contó sobre su madre, de cómo intentaba gobernar y organizar los minutos que él pensaba destinar a descansar después de pedalear de regreso de la universidad a su casa. Resulta que su madre no vivía con ellos, sino en otro país y cuando llegaba de visita tomaba posesión de su autoridad de madre, él se negaba enérgicamente, en ese punto le creería casi cualquier cosa, “Mamá, vengo de la universidad en bicicleta, estoy cansado y no voy a levantar mi cuarto, voy a ver la televisión” decía él con autoridad. Lo raro de todo esto es que no recuerde mucho más. Recuerda muy bien cuando él se paró al baño y más de una de las otras desconocidas le preguntaron cómo le iba. O sea ¿Cómo de qué o qué? Pues normal ¿no? Resultó que la única conocida de ambos se había encargado de contarle a todos los de las mesitas redondas que moría por él y que era algún tipo de primera cita. Tragame tierra, entera. No pudo más que sonreír con ganas de llorar de la pena, hizo como si nada porque ya venía de regreso y no podía ser más obvia de lo que ya había sido. No podía ser tan despistado como para no darse cuenta de lo que provocaba en ella, todos los síntomas del mal de amores. Se sentó y pidió un segundo café, con crema irlandesa, ella quién sabe, ni siquiera le gustaba el café, le daba lo mismo, no era esa la razón sino el pretexto. Menos aún fue el caso que le hizo al pobre trovador de la esquina que cantó el unicornio azul, terminó por olvidar la explicación, puras teorías. Sin poder decir si fue en el segundo o en el primer café, de pronto notó que algunas gotas manchaban la camisa blanca que se terminó convirtiendo en un fetiche de sus sueños. El café, la mancha se convirtió también en un fetiche, eso unos años después. Cuando casi los echaban, con todo y desconocidos, se subieron a un taxi y regresaron, con parada breve en una fiesta, luego de regreso a dejarla en su casa. Como cualquier tonta se esperó tras la puerta mientras se alejaba el auto que llevaba al principe de la camisa blanca con manchitas de café. Al día siguiente habría de asumir su fracaso, había caído totalmente, la estrategia había fallado, no le había decepcionado, au contraire.